miércoles, 21 de enero de 2009

IV. Revisión de las constantes epistemológicas.


Averiguar en qué radica la propuesta de Nietzsche en torno al problema del conocimiento y de la verdad entraña una especial dificultad, Nietzsche no utiliza los términos “verdad” y “conocimiento” en un único sentido Del “conocimiento” afirma que no tiene un sentido fundamental, sino que es susceptible de diversas interpretaciones[1], mientras que respecto de la verdad afirma tanto que existen varias verdades y por tanto ninguna[2], como que lo verdadero no es uno ni se puede reducir a la unidad[3]. El problema derivado de la polisemia y de la ambigüedad requiere que seamos cautas y cautos para saber a qué se está refiriendo el autor en cada caso. Así, identificamos al menos tres distintos sentidos en los que Nietzsche utiliza el término “conocimiento”, y también tres sentidos en los que usa “verdad”. En un sentido, “conocimiento” y “verdad”, o quizás más apropiado, “lo verdadero”, se desvinculan por completo del ejercicio del intelecto humano y resultan indiferentes a las necesidades de la especie humana. Lo verdadero, lo que es real, no se deja alcanzar por la facultad cognoscitiva humana, la cual es incapaz de captar el devenir puro y caótico, inocente, libre del sometimiento a telos alguno e indiferente a lo que para los seres humanos es bello, justo y bueno. Sólo mediante el sentimiento trágico, y en ningún caso mediante el pensamiento intelectual, podemos captar el juego de fuerzas, de creación y destrucción en que consiste lo real[4]. El devenir no se deja aprehender por el lenguaje ni por los conceptos que ha elaborado la especie humana, asentándose éstos en el primero, ni por cualquier otro fruto de su intelecto. «Conocimiento y devenir se excluyen»[5], nos dice Nietzsche. El ser es un artificio nuestro que nos permite ejercer el pensamiento que se somete a los principios lógicos – imperativos, para Nietzsche – de no contradicción y de identidad; pero el ser niega el devenir, aquél fondo dionisiaco del que hablaba Nietzsche en El origen de la tragedia. La verdad, señala Nietzsche, es «fea, repulsiva, poco cristiana, inmoral»[6], está desvinculada de lo bello, de lo justo, de lo bueno, de lo unitario.... El ser humano no puede soportar una verdad tal, de tal modo que vive y prospera ignorándola y falsándola. De las cosas no tenemos más que metáforas que no se corresponden en absoluto con las entidades originarias; el conocimiento intelectual no puede dejar de estar preso en un mundo que es ilusorio, que es creación humana, sin siquiera llegar a rozar el conocimiento de lo trágico. El planteamiento de estas cuestiones inaccesibles al intelecto nos aleja del conocimiento tal y como se ha tratado desde el punto de vista de la epistemología, apartándonos en exceso del ámbito en el que pretende circunscribirse este trabajo, de tal manera que no nos detendremos más en el mismo. En un segundo sentido, Nietzsche habla del conocimiento y de la verdad tal y como se han entendido en la tradición metafísica occidental. Si Nietzsche se refiere a estos conceptos es para ejercer su crítica demoledora. Nos muestra que los conceptos metafísicos llevan ya en sí mismos su propia destrucción, ya que siempre apuntan a un supramundo, al ser, es decir, a la nada: «(...) la creencia en las categorías de la razón es la causa del nihilismo; hemos medido el valor del mundo por categorías que se refieren a un mundo puramente ficticio»[7]. En los conceptos metafísicos anidaba ya, pues, el nihilismo, de tal modo que Nietzsche simplemente lleva su sentido hasta sus últimas consecuencias, proclamando la muerte de Dios, de los valores supremos, de todo telos y de todo sentido[8].


La metafísica nos legó un “mundo verdadero” contrapuesto a un “mundo aparente”, concebido como una verdad ontológica, que situaba en el juicio el lugar de la verdad, entendida esta última como adecuación entre un sujeto y un objeto[9], o como correspondencia entre el plano proposicional y el objetual. La labor destructiva de Nietzsche romperá con tales concepciones, ya que derribará los dualismos metafísicos haciendo que estos carezcan de sentido, pues no son más que artificios. Es preciso destacar la destrucción del sujeto perpetrada por Nietzsche, ya que la caída del sujeto tiene importantes y demoledoras consecuencias para la totalidad del edificio metafísico: «A imagen y semejanza del sujeto hemos inventado la causalidad, introduciéndola en el caos de las sensaciones. Si no creemos ya en el sujeto que obra, la creencia en los objetos que obran, en la acción recíproca, causa y efecto, entre estos fenómenos que llamamos cosas, cae igualmente. (...) Por último, desaparece así mismo la “cosa en sí”, porque esta equivale, en suma, a la concepción del “sujeto en sí””. Al haber comprendido que el sujeto era imaginario, la antinomia entre la “cosa en sí” y la “apariencia” no puede ser defendida, puesto que con ella desaparece también la idea de la “apariencia». Prosigue Nietzsche: «Si abandonas el sujeto que actúa, abandonamos también el sujeto sobre el que actúa. La duración, la igualdad consigo mismo, el ser, no son inherentes ni a lo que se llama sujeto ni a los que se llama objeto (...) No existe contraste, la idea de contraste deriva de la lógica, transportándola falsamente de la lógica sobre las cosas». Señalaremos una última e importante consecuencia: se abandona también la idea de “sustancia”, con sus diferentes modificaciones, como “materia” y “espíritu”[10]. No hay ya un sujeto unitario, como veremos más tarde, no objetos estables, sino puro devenir, con lo cual todos los intentos anteriores de explicar el conocimiento y dar cuenta de la verdad aludiendo a la correspondencia o a la adecuación, devienen, ahora, fútiles. Ficciones como a “cosa en sí” y el “mundo verdadero”, no son, pues, más que constructos metafísicos. Pero incluso si admitiésemos una “cosa en sí”, esta nos resultaría inasequible, desde la propuesta de Nietzsche, ya que para él, una cosa, despojada ya del mito de la “sustancia”, no puede definirse más que por la relación que mantiene con todas las otras cosas. El conocimiento será para Nietzsche siempre relacional, implicará siempre condicionar y ser condicionado[11], de tal manera que el tránsito de lo condicionado a lo incondicionado, pretensión metafísica, resulta imposible, pues carecemos de un órgano que nos permita trazar tal trayectoria. No podemos conocer más que perspectivísticamente. Nietzsche no sólo destruye los cimientos de la metafísica, sino que cuestionará el valor supremos de la “verdad”, siempre presente como esa meta que se busca de modo totalmente desinteresado, erigida en Dios común de los filósofos y científicos: «Desde el instante en que la fe en el Dios del ideal ascético es negada, hay también un nuevo problema: el del valor de la verdad. La voluntad de verdad necesita una crítica – con esto definimos nuestra propia tarea, el valor de la verdad debe ser puesto en entredicho alguna vez»[12]. Nietzsche muestra que el imperativo metafísico de la adecuación, de carácter moral y prescriptivo, nos lleva al sinsentido. Por otro lado el intelecto, cuya función es básicamente falsificadora, impediría el acceso a lo verdadero. En realidad, una verdad pura y desinteresada no interesa al ser humano, y en nada lo beneficiaría desde el punto de vista de su conservación y su crecimiento. La toma de conciencia de la voluntad de verdad implicará que la falsedad, es decir, el no cumplimiento del imperativo de adecuación, nada supone acerca de la aceptación o rechazo de un juicio. Nietzsche afirmará que el conocimiento intelectual hunde sus raíces en la esfera pragmática, de tal manera que el acto originario de negar o afirmar, es decir, de dar por verdadero o por falso, nada tienen que ver con el despótico imperativo de concordancia entre los juicios y el mundo, sino simplemente en la utilidad para la conservación y el crecimiento de la vida. Esto nos lleva ya al tercer sentido en el que Nietzsche entiende “conocimiento” y “verdad”. En este tercer sentido, la verdad y el conocimiento nos resultan valiosos en cuanto su utilidad para la vida. El conocimiento falsa la realidad para que ésta nos sea habitable; la verdad es un producto del intelecto, un error – aunque necesario - si la medimos desde el baremo de la adecuación[13]; las verdades son meras metáforas o ficciones que precisamos para la conservación y el crecimiento de la perspectiva de la especie humana[14]; la verdad es algo que hay que inventar, no algo que esté ya dado. Desde este punto de vista, el criterio de verdad, evidentemente, estará en razón directa del aumento del sentimiento de fuerza[15] El conocimiento, pues, imprescindible, requiere una sobreabundancia de poder que haga posible el valor, fundamento subjetivo de toda la empresa cognoscitiva. Toda vida se hace posible a sí misma valorando, de tal manera que la confianza en la razón y en sus categorías son más relevantes que la certeza o que los resultados de la argumentación racional. La valoración es, pues, el núcleo del conocimiento. La esencia de la verdad, nos dice Nietzsche, es la valoración “yo creo que esto y aquello es así”[16], formulación en la quedan expresadas las condiciones de conservación y crecimiento. Todo lo vivo tiene ciertos supuestos esenciales: un repertorio de creencias, la posibilidad de juzgar y la ausencia de duda sobre unos valores esenciales. La tasación del valor expresa las condiciones de conservación de una especie dada. Nietzsche nos muestra ejemplos de como justo lo que necesitamos para sobrevivir es a lo que se le ha dado un máximo grado de valor (por ejemplo, al mundo del ser, que es estable, legible, abstracto, frente el desprecio a lo cambiante, de lo contradictorio, de las pasiones, de este mundo). Al mismo tiempo, la valoración acondiciona un mundo adecuado al desarrollo de la especie que valora. Podemos ver en el conocimiento humano el sometimiento del mundo a la óptica y necesidad humana. Al respecto, Zaratustra advierte: «En verdad, los hombres se dieron a sí mismos su bien y su mal. (...) El hombre fue quien puso los valores sobre las cosas a fin de sobrevivir. ¡Fue él quien creó el sentido de las cosas, un sentido humano! (...) Evaluar es crear. Vuestra evaluación convierte en tesoros y joyas todas las cosas evaluadas. El valor se establece por la evaluación»[17].

Si hacemos alusión a la valoración en este trabajo, es porque el pensamiento y el conocimiento son tan sólo modos de valoración[18], caracterizados por la eficacia técnica. El ser humano necesita de esta modalidad concreta de valoración porque precisa una relativa corrección y regularidad en sus percepciones, un modo de capitalizar su experiencia, un repertorio de esquemas de conducta que le permita sobrevivir. Por eso no puede vivir sin más en medio del caos; necesita ficcionar un mundo que abrace cosas calculables y constantes. El conocimiento es, pues, un instrumento de poder que nos permite apoderarnos de la realidad[19]. Buscamos seguridad encontrando lo que nos es conocido; es decir, reencontrando, ordenando material nuevo en esquemas antiguos, ordenando y simplificando lo complejo; desechando, mediante la abstracción, lo contradictorio y la inestabilidad, el cambio[20]. Dado que el intelecto sólo usa fórmulas correspondientes a cosas estables, para poder pensar y razonar, necesitamos suponer el ser[21]. Por eso Nietzsche afirma explícitamente que el conocimiento sólo es posible en virtud de la creencia en tal mentira.[22] Toda esta generación de ilusiones tiene como resultado el aumento de la fuerza de la perspectiva humana. Nietzsche señala que la voluntad de verdad, lejos de relacionarse con la pretendida consecución de la verdad, tiene que ver con el ánimo de transformar la realidad en algo pensable para el ser humano[23]. Tal voluntad introduce la estructura antinómica típica de la metafísica, el principio de contradicción, el principio de identidad, además de las categorías utilizadas en la creación del mundo humano.

El antiguo predominio de la sustancia se ve mermado por la concepción del conocimiento como un proceso relacional. En una concepción tal, cada cosa resulta inagotable. El concepto de ser no es más que un concepto de relación; el mundo es también un mundo de relación, una lucha de perspectivas diferentes en forma de percepciones, conocimientos, hechos, estados de cosas, etc. Dichas perspectivas están en pugna. Más allá de las interpretaciones se abre el oscuro abismo de la nada, pues eso es lo que queda al margen de la donación de sentido. No cabe siquiera preguntar quién es el que interpreta, pues caeríamos en las trampas del pensamiento, preso de un lenguaje sustancialista.

A través de la lectura de Sobre verdad y mentira en sentido extramoral y de la Voluntad de poder se puede hacer un intento de reconstrucción del proceso del conocimiento; en él, el pensamiento conceptual y el lenguaje se encuentran imbricados, y en todo momento se encuentran presentes actos valorativos y las facultad de igualación y equiparación que están en la base del proceso. El lenguaje, es decir, un entramado de metáforas convencionales que no refieren a la realidad, constituye el asiento del primero. El pensamiento conceptual, fundamentado en el lenguaje, se edifica sobre la intuición sensible, de naturaleza asimismo metafórica. La creencia, es decir, el “tener por verdadero”, es una de las acciones primitivas del pensamiento. Esta se aúna a la sensación, también originaria,[24] para proceder a la creación de ficciones. Toda impresión sensible se nos presenta ya vinculada a un juicio de valor, según se nos presente como útil o perjudicial para nuestro crecimiento, agradable o desagradable. Sólo acusamos aquellas percepciones que son relevantes para nuestra conservación. Ya a este nivel se observa un sometimiento a una igualación de lo semejante. Las sensaciones entregan al individuo las formas superficiales de las cosas. . Una confusión de sensaciones vecinas nos hacen sentir una “tenue emoción” común, de tal manera que serán sentidas como las mismas. Éstas se metaforfosean en imágenes, a las cuales se aplicará una palabra, dando así origen al concepto. De los conceptos Nietzsche afirma que: “son síntesis de muchas palabras bajo algo no sonoro sino intuitivo”[25]. Son los conceptos los que posibilitarán el saber, es decir, la eliminación de todo lo individual, lo cual es justamente lo real para Nietzsche.


El lenguaje crea significaciones al margen de la preocupación por las cosas mismas. Frente a la realidad deviniente, el pensamiento conceptual requiere simplificaciones y encapsulamientos. Esta creación de metáforas o interpretaciones es necesaria, pero en ocasiones el encapsulamiento o prejuicio en que consiste la palabra nos limita a la hora de crear interpretaciones nuevas. Las percepciones sensoriales nos anclan al mundo del movimiento, de tal manera que las perspectiva de nuestra especie inventa formas a través de las cuales somete y simplifica la masa sensorial; pero estas formas, a su vez, tienen siempre un origen sensualista. Simplificamos el mundo mediante procesos de abstracción que prescinden de las diferencias creando objetos, conceptos [26], etc. Por tal motivo, para Nietzsche toda marca de identidad es una seña inequívoca de que nos encontramos ante un constructo. La identidad es una creación humana. La perspectiva humana fuerza a la diversidad al extremo de reducirla a la unidad. La identidad posibilita el “yo” y la “cosa”. La unidad funciona como condición de inteligibilidad de la multiplicidad, reduciendo lo inmersos una corriente continua. Un hecho es esencialmente un artilugio humano de asignación: con su aprehensión no capturamos esencia alguna, simplemente denotamos lo que acontece.

No existen hechos, nos encontramos inmersos en una corriente continua. Carece de sentido decir que existen. Un hecho es esencialmente un artilugio humano de designación: con su aprehensión no capturamos esencia alguna, simplemente denotamos lo que acontece. No hay hecho alguno, sino interpretaciones. El intelecto humano existe porque éste ha llenado el mundo de ficciones, de “cosas iguales a sí mismas”, de tal manera que la creencia en las cosas es el fundamento de la creencia en la lógica. Reconocer el carácter ficticio de la “cosa” implica admitir el valor exclusivamente regulativo de los principios lógicos. La “coseidad” es el dispositivo que hace posible la unión de la multiplicidad de las relaciones, que permite pensar éstas como propiedades o actividades. Sólo mediante la reducción de los sucesos a identidad se genera el mundo de lo contable y de lo medible en el que el ser humano puede sobrevivir. La igualación es, también, el fundamento del universo social, ya que posibilita la comunicación interpersonal, delimitando, al mismo tiempo, el espacio de la cordura. A causa de la identidad, de todo ser hacemos un individuo. Posteriormente agrupamos la multiplicidad de los individuos en la diversidad, mucho más restringida, de las especies. Individuo y especie, son, pues, son ficciones. La ficción de una identidad implica el sacrificio de lo nuevo y de lo diferente, para someter el caos a la unidad de la forma, artificio nuestro. Especie, ley fin, son ficciones de grado superior, aplicaciones sucesivas del proceso de elaboración de la identidad.

Nietzsche afirma que existe una coacción que nos constriñe a la generación de ficciones como las hasta ahora mencionadas, al establecimiento de un mundo de casos idénticos. Pues el ser humano sólo puede mantenerse en un mundo que pueda comprender, simplificado y determinable. Esta coacción opera ya desde la actividad sensorial misma: empuja a nuestros sentidos a construir un espacio de reconocimiento que se fundamenta en la apariencia de identidad y que hace posible la consistencia de la realidad humana. Por otro lado, la facultad de juzgar, es decir, la generación de la creencia “esto es así” funciona también bajo la presuposición de la existencia de casos idénticos. Presupone también, con ayuda de la memoria, la comparación de unos casos con otros. De ahí que Nietzsche dijera que la función de igualación es más fundamental que la facultad de juzgar. La confección de la identidad constituye el momento asimilativo del conocimiento. La confección de la identidad representa la apropiación del suceso por parte de las pulsiones, que tiene lugar ya en la percepción sensible, y que es presupuesto necesario de la función judicativa. La crítica nietzscheana de la causalidad se sigue de la de la identidad y la unidad que derrumbaron la idea de sujeto, de sustancia, del antiguo substratum. “Causa” y “efecto” son ahora desustancializadas, frente a la utilización propia del mecanicismo. Ambas son conceptos puros, ficciones convencionales, instrumentos de designación y de comprensión intersubjetiva. Nietzsche señala que las explicaciones causales no son de modo alguno descripciones de la estructura de las cosas. Nietzsche propone librarnos de la tiranía de la costumbre y entender las pulsiones perspectivas como causas; nos descubre como los efectos son construcciones intelectuales utilizadas para explicar lo presentido. El esquema causal está vinculado a la idea según la cual todo efecto es una actividad y toda actividad presupone un actor; procede de la fe en el universo poblado de propósitos e intenciones. La coacción psicológica que nos lleva a creer en la causalidad se fundamenta en el hecho de que un suceso es humanamente irrepresentable al margen de la intención, de tal manera que el ser humano sólo cree en seres vivientes, en almas que actúan sobre otras almas. Se sigue un esquema según el cual hay “algo que actúa” y “algo que es producido”. Tal modo de proceder genera deducciones peligrosas, que da pie al concepto mecanicista de necesidad.


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[1] Veamos que el “conocimiento” tiene algún sentido, pero ninguno fundamental: el mundo es algo cognoscible en tanto la palabra “conocimiento” tiene algún sentido; pero al ser susceptible de diversas interpretaciones, no tiene un sentido fundamental, sino muchos sentidos. Perspectivismo”. En VP, pág.476,

[2] VP, pág.534.

[3] VP, pág.530.

[4] “ (...) el querer devenir más fuerte a partir de cualquier punto de fuerza es la única realidad: no conservación de sí mismo, sino voluntad de apropiarse, de adueñarse, de ser más, de hacerse más fuerte” VP, pág.682.

[5] VP, pág.511.

[6] Friedrich Nietzsche, Genealogía de la moral, I,pág.1, Madrid, Edaf (2000). A partir de ahora mencionaremos esta obra como GM.

[7] VP, pág.12.

[8] VP, pág.2.

[9] El adecuacionismo consiste en plantear la cuestión de la verdad sobre la base de un dualismo metafísico: sujeto/objeto. La verdad y el conocimiento consistirían, dentro de este modelo en la “conformidad”, “concordancia”, “asimilación” o “adecuación” entre el sujeto y el objeto. Compendio de epistemología, J.Muñoz y J.Valverde, Madrid, Trotta (2009).

[10] VP, pág.545.

[11] “Conocer quiere decir “ponerse en relación con algo”, sentirse condicionado por algo y al mismo tiempo condicionar a este algo por parte del que conoce” VP,pág.548.

[12] GM III, pág.24.

[13] “La verdad es el error sin el cual no puede vivir ningún ser viviente de determinada especie. El valor para vivir es lo que decide en último término” VP, pág.488.

[14] Las “verdades”, como las categorías, son condiciones de existencia para nosotros. No podemos prescindir de ellas, a pesar de que sean un constructo. VP, pág.509.

[15] VP, pág.528.

[16] VP, pág.502.

[17] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, I, 15 De los mil y un objetos. A partir de ahora mencionaremso esta obra como Zaratustra

[18] “En la investigación del conocimiento sólo siento en mí la alegría de la voluntad, la alegría de engendrar y de llegar a ser. Si hay inocencia en mi conocimiento es porque en él hay una voluntad de engendrar” Zaratustra, I 24 De las islasbienaventuradas.

[19] VP, pág.475.

[20] VP, pág.498.

[21] VP, pág.511.

[22] VP, pág.512.

[23] VP, pág.511.

[24] Nietzsche afirma que no tenemos más que pensamiento y sensación. VP, pág.566.

[25] VP, pág.501.

[26] Frente al positivismo, Nietzsche afirma que no existen hechos puros, pues nos encontramos