miércoles, 21 de enero de 2009

II. La teoría crítica. De un escepticismo crítico hacia una voluntad de poder.


 Integrar a Nietzsche como seguidor de cualquier disciplina estructurada es un absoluto despropósito -por lo fácilmente criticable a muchos niveles- y una ofensa para el propio Nietzsche. Sin embargo, y a pesar de que se esforzó en alejarse de toda estructura clásica, es inevitable encontrar pinceladas de distintas corrientes en su obra y en sus actitudes. Especialmente en todo lo denominado “Filosofía crítica”, Nietzsche puede situarse en calidad de escéptico. Pero en un primer momento, posicionar a nuestro autor “sólo” en calidad de crítico escéptico no es solamente arriesgado sino que denota cierta concepción superficial, casi banal. 

 El nihilismo ha sido considerado como el escepticismo del a modernidad y, sin embargo, ¿cómo podemos atribuirle a Nietzsche esta etiqueta si su pretensión era superar en parte este nihilismo?  El nihilismo como tal no es un escepticismo, no se parapeta tras la paradójica afirmación de la negación; sencillamente niega, sin compromiso y sin esperanza. El nihilismo lleva de la mano un pesimismo que aboga por la carencia de voluntad para existir -por lo que el nihilista radical no puede llevar sus pensamientos hasta las últimas consecuencias: el suicidio.  El nihilista se desvincula de todo y no es capaz de comprometerse, se sitúa al margen de toda estructura que acepte unos valores definidos, una construcción de la realidad impuesta, unas mentiras o errores fundamentales, como los llamará Nietzsche.

 Realmente no reconocemos a nuestro autor en estos parámetros absolutos, pero sí admitimos que es crítico, que destruye y se desvincula de todos los hacedores de irrealidades (king-makers). Pero, aunque se desvincule de lo establecido y reconozca las ficciones como tal, no se abandona al pesimismo y a la autodestrucción sino que propone dar un paso más allá, superar esos valores infundados. Pero se da a la razón para abandonarlos por lo que, en ese sentido, no es un crítico como lo es Kant o Descartes. No, él percibe una realidad no despojada de razón, pero que no necesita puramente de ella.  Del mismo modo  para Kant y Descartes, de forma más o menos evidente, el escepticismo supone un momento determinado mientras que para Nietzsche el escepticismo-nihilismo es algo que subyace a todo lo que crea después. Y ahí es donde se aprecia ese alejamiento de estos críticos dogmáticos. 

 El escéptico tiene un dogma: “no hay conocimiento alguno” o, en su variante moderada, “no hay conocimiento seguro”.  Podemos, entonces,  aceptar que su afirmación “la única verdad es que no hay verdad alguna” es paralela a la afirmación escéptica, así como la admisión de ausencia de conocimiento le acerca al escéptico radical.  Pero esta similitud no le convierte en tal, pues el escéptico no es creador, sólo responde con su dogma a toda afirmación sin importar a qué haga referencia, qué sea, qué admita… Nietzsche, en cambio, no es que sea suspicaz a la creencia, es que reconoce la certeza de un mundo incognoscible y lo único que propone es la aceptación de éste y superación de las emociones pesimistas a las que nos arrastra tal afirmación. El desamparo, la tristeza, la voluntad reactiva es sólo un primer momento necesario para la superación de ese primer nihilismo-escepticismo que conlleva un pesimismo hastiador y desesperanzado. Tras la superación quedará un mundo emocional, romántico, propio.

 De nuevo en una lectura superficial podemos concebir que Nietzsche utiliza el escepticismo como lo harán Kant o Descartes, como una duda metódica, un momento necesario que otorga consistencia al resto de su teoría sobre el conocer. Pero en Nietzsche no es un momento, no es necesario, ni es metódico, es una emoción, una certeza que, como una losa, destroza nuestro mundo, nuestras concepciones, los errores fundamentales que el hombre ha ido aceptando para su propia supervivencia. Y, después de que el nihilismo-escepticismo haya iluminado el tétrico mundo que hasta ahora no podíamos ver, no hay marcha atrás. El escepticismo-nihilismo de  Nietzsche es el momento en el que el pensador, el filósofo, el ser humano, desmantela el mundo de sus valores y afirma la no existencia de la verdad. Pero no se queda ahí sino que ahonda en esta nueva perspectiva; ante la imposibilidad de despojarse de ella, la admite y, tras su aceptación, crea su nuevo mundo, su perspectiva y se mantiene, en su conocimiento de la imposibilidad de la certeza, como un creyente de sí. El escepticismo-nihilismo subyace pues a toda la construcción que el individuo hace de su mundo, como una constante que ha de tener clara, tal vez una motivación y, siempre, un emoción, una perspectiva. 


 El nihilismo ha conllevado diversas y muy distintas interpretaciones, algunas incluso opuestas o totalmente desvalorizadas del sentido primero que le dio Nietzsche, y casi siempre con grandes pinceladas del prejuicio existencialista-pesimista. De este modo encontramos autores como Deleuze, Heidegger o Djuric que no parece que procurasen completar o sistematizar la obra del alemán, sino que pretendieron hacerla suya y para ello esbozaron lecturas de todo tipo que les llevó a denominaciones como nihilismo incompleto, negativo, clásico, nihilismo extático, explícito... Todo para explicar lo que en realidad es un solo concepto, un solo nihilismo. Tampoco la religión y la política se han visto especialmente interesadas en propiciar el conocimiento de las teorías de este autor aunque sí se molestaron en pervertirlas, de modo que el aforismo “Dios ha muerto” junto con la noción de nihilismo bastan para partir de un punto absolutamente erróneo en la teoría de Nietzsche.

 Para concebir, pues, el nihilismo en el más estricto sentido nietzscheano debemos partir de entender el nihilismo como la actitud que toma conciencia de la ficción que suponen todos los valores y todas las connotaciones ficticias que envuelven todo lo que nos rodea.  Por lo tanto, desde el primer momento en el que el nihilismo se nos revela como esa capacidad de ver el mundo despojado de valor, surge una nueva visión del mundo, una nueva perspectiva que nos acompañará en todo momento. Esta nueva perspectiva es el nihilismo y siempre será una forma de vida, un modus vivendi que, en calidad de actitud vital puede reflejarse distinta en distintos momentos. La toma de conciencia de este nihilismo conlleva la desesperación de un mundo desconocido que puede alargarse en el tiempo y convertirse en hastío y pesimismo existencial, o -como propone Nietzsche- elevarse con esta nueva perspectiva sin claudicar ante la nueva situación, reaccionando de manera creativa y destructiva, cambiando los viejos y caducos valores por otros nuevos. Aquí es donde encontramos la única distinción que el propio Nietzsche hace con respecto al nihilismo: «El nihilismo tiene doble sentido: a) El nihilismo como signo del creciente poder del espíritu: nihilismo activo. b) El nihilismo como decadencia y retroceso del espíritu: nihilismo pasivo». Aquí de nuevo se demuestra como Nietzsche no es un pesimista pues, aunque acepta ese primer momento de desesperación ante el mundo desconocido, aboga por la superación de esas emociones y la creación de los valores propios. Para él el nihilista pasivo vive protestando en un mundo todavía construido sobre viejos valores, sintiéndose arrojado a él ante la aceptación de que el mundo tal y como él lo desea no existe. Frente a éstos están los seres valientes y sinceros capaces de enfrentarse a la situación de la realidad, pero con la fuerza para destruir y crear,  no se paraliza ante la esperanza dependiente de la futura revelación, sino que es una realidad abierta y afirmadora.  Nietzsche propone la superación necesaria del nihilismo pasivo que, escondido tras una hipócrita máscara sólo expresa una frase: «¡prefiero que nada sea verdad a que vosotros tengáis razón, a que vuestra verdad tenga razón!».  Se revela contra este nihilismo que no refleja más que la decadencia, el pesimismo, el hastío, el spleen, la acedía de una sociedad occidental que ya en su época comenzaba a mostrarse como la agonía de una cultura pero que no puede llegar a eclosionar si no se supera la simple e impotente lucha de la fuerza reactiva, pues si no es así, sólo queda la negación y la autodestrucción.  La única solución es el nihilismo activo, trasvalorador y reafirmador en el que la voluntad de poder se pone al servicio de la vida para proyectarse creativamente sobre el vacío que supone esa muerte de los valores, esa muerte de Dios; crear nuevos valores, nuevas interpretaciones incluso nuevas máscaras que no pueden reivindicarse en función de los valores objetivos, eternos o “verdaderos”, sino que es una aventura indefinida, autocreativa sin meta ni trascendencia: «¡nosotros queremos ser lo que somos: los hombres únicos, incomparables, los que se dan leyes a sí mismos, los que se crean a sí mismos!».  


 Con la intención de acelerar la destrucción de esos valores obsoletos, Nietzsche lleva a cabo una lectura genealógica de los conceptos heredados de la visión metafísica del mundo. Tal lectura consiste en la reconstrucción de la génesis de un concepto dado, para rastrear su origen, señalando los desplazamientos de sentido que se han dado hasta su forma actual. Nietzsche nos advierte que la verdadera génesis de las ideas «(...)  proviene de la esfera práctica, de la esfera de la utilidad (...)». 

 Nietzsche nos muestra, así, que los sentidos son construidos históricamente, y que sus orígenes son siempre humanos y culturales. En última instancia, el complejo universo del sentido pende del sinsentido. Particularmente, nos muestra los orígenes inconfesables de las “verdades” que se tienen en más estima, de las ficciones de la metafísica que han sido sacralizadas, para decirnos: «Donde vosotros veis cosas ideales, veo yo - ¡Cosas humanas, ay, demasiado humanas!», de tal manera que lo llamado sobrehumano es tan sólo una ilusión demasiado humana.  

 Deleuze hace una esclarecedora y simple descripción de tal proceder: «dado un concepto, un sentido, una creencia, se les tratará como síntomas de una verdad que quiere algo (...). El método consiste en esto: relacionar un concepto con la voluntad de poder para hacer de él el síntoma de una voluntad sin la cual no podría ni siquiera ser pensado (ni el sentimiento experimentado, ni la acción llevada a cabo)». 

 Vemos como lo elevado remite en última instancia a lo irracional, pues la voluntad de poder es eso, es el principio básico de la realidad a partir del cual se desarrollan todos los seres. Es la fuerza primordial que busca mantenerse en el ser, y ser más.  No se identifica sin más con la voluntad de un individuo, pues lo que nosotros llamamos individuo, es para Nietzsche una ficción bajo la que se oculta una pluralidad de fuerzas en oposición. En realidad en cada uno de nosotros hay muchos “yoes”, tantos como fuerzas que pugnan por dominar, pues ninguna fuerza renuncia a su propio poder.

 Se puede abordar este concepto por medio de la crítica nietzscheana a Darwin, ya que, Nietzsche veía en los instintos una fuerza que iba más allá del sólo impulso a sobrevivir, protegerse y reproducirse de todos los seres vivos (de sólo ser esto la vida se estancaría). La supervivencia era una de las consecuencias de un deseo aún mayor, impulso hacia una supravivencia, un deseo perpetuo de todo ser vivo por ir más allá de todos, más allá de sí mismo, más allá de la muerte. Este impulso irracional o deseo perpetuo por expandirse impreso en cada ser es lo único que da sentido a la existencia, que es la «razón de ser» y la fuerza principal dentro de la visión trágica o dionisíaca de Nietzsche.

  Es decir, no cabe entenderla en el sentido darwinista de “lucha por la vida” en un medio hostil con recursos escasos, sino, como algo de mucho más alcance, pues «el aspecto de conjunto de la vida no es la situación calamitosa, la situación de hambre, sino más bien la riqueza, la exuberancia, incluso la prodigalidad absurda...».

  Las características que parece tener para él la realidad, el ser y, por lo tanto, la voluntad de poder son las siguientes:

 - Irracionalidad: la razón es sólo una dimensión de la realidad, pero ni la más verdadera ni la más profunda pues el mundo no es racional sino caos, multiplicidad, diferencia, variación y muerte, y en el hombre la razón no tiene –ni debe tener– la última palabra, puesto que siempre está al servicio de otras instancias más básicas como los instintos o las emociones. 

- Inconsciencia: la fuerza primordial que determina el curso de todas las cosas no es consciente, aunque esporádica y fugazmente se manifiesta de este modo precisamente en los seres humanos; pero incluso en este caso la conciencia no tiene carácter sustantivo, ni crea un nivel de realidad nuevo o independiente; 

- Falta de finalidad: las distintas manifestaciones que toman las fuerzas de la vida, sus modificaciones y consecuencias, no tienen ningún objetivo o fin, no buscan nada, son así peronada hay en su interior que les marque un destino; Nietzsche declara con ello el carácter gratuito de la existencia; 

- Impersonalidad: esta fuerza no puede identificarse con un ser personal, se trata en realidad de un cúmulo de fuerzas, no de una básica que supuestamente esté a la base de todas las visibles; un cúmulo de fuerzas que buscan la existencia y el ser más, compitiendo en dicho afán entre sí, enfrentándose y aniquilándose.


  «En todos los lugares donde encontré seres vivos encontré voluntad de poder, e incluso en la voluntad del que sirve encontré voluntad de señor». 

  «Muchas cosas tiene el viviente en más alto aprecio que la vida misma; pero, en el apreciar mismo, habla ¡la voluntad de poder!». 

  Esta cita resume que, donde hay vida y donde hay mundo hay voluntad de poder. Nietzsche caracteriza la vida humana como un conjunto de fuerzas (sentimientos, deseos, insitntos, razón...), que luchan por crecer; nuestro filósofo llama voluntad a la relación de unas fuerza con otras. Por su cualidad, las fuerzas pueden ser activas o primarias y reactivas o secundarias, por su cantidad, son dominantes y dominadas. La voluntad de poder es el elemento que produce la diferencia entre dos o más fuerzas que se relacionan, tanto en relación a su cantidad como a su cualidad. En ese sentido puede entenderse como un principio plástico que da lugar a la síntesis de fuerzas. La voluntad de poder no es, entonces, el deseo o la búsqueda del poder, sino la fuente y la raíz de todas las cosas, el origen de las fuerzas primitivas que nos impulsan a querer la nada o a aumentar el querer activo y la afirmación. Por debajo del mundo o de la conciencia podemos encontrar una realidad polimorfa e irreductible, un juego de fuerzas que ya valoran, forman e interpretan. En realidad, no hay ni un en sí ni una sustancia de las cosas, sino fuerzas; no hay un yo, sino pluralidad de instintos y de pulsiones. «Así tampoco es la conciencia, en ningún sentido decisivo, antitética de lo instintivo, la mayor parte del pensar consciente de un filósofo está guiada de modo secreto por sus instintos y es forzada por éstos a discurrir por determinados carriles». 

  Con la muerte de Dios el hombre se permite instalarse en la realidad, no de un modo preestablecido a base de las viejas categorías de la razón, sino en el vivir sencillo de hombres que son finitos y que se ven impelidos a crear el mundo como niños que juegan. La voluntad de poder significa, entonces, reconocer la naturaleza desnuda del devenir sin las falsificaciones sobrenaturales, reconocer el carácter abierto del tiempo sin las justificaciones escatológicas de la metafísica.

  No es sólo la voluntad de existir, sino algo más radical, lo que está por debajo de todo lenguaje, de toda apreciación, por debajo del vivir y del pensar haciéndolos posibles. En definitiva, la voluntad de poder es la necesidad de afirmarse en la tierra y de potenciar la vida hasta el máximo, de asumir la libertad y el tiempo sin poder fabular de nuevo sobre ellos con esas teorías metafísicas que adoraban la Verdad. «Se hallan muy lejos de ser espíritus libres: pues creen todavía en la verdad». 

  «La verdad es aquella clase de error sin el cual no puede vivir un ser viviente de una determinada especie. El valor para la vida es lo que decide en último término».

   La voluntad de poder es un principio de gran plasticidad que puede manifestarse de múltiples maneras, pero de forma muy especial se nos revela en la vida, donde todos los procesos tienden no a la conservación sino a acumular más poder. La vida es un continuo proceso de superación, pero esta superación no hay que entenderla en el sentido ascético sino como una tendencia a ascender siempre más alto. Otra expresión privilegiada de la voluntad de poder es la creación de valores. El mundo no es ni verdadero ni falso, ni bueno ni malo, en realidad no tenemos de él otra representación que no sea el hecho de vivir. Ahora bien, la vida se expresa como voluntad de poder en las valoraciones. Así que vivir es crear valores, mediante los cuales ejercemos nuestro dominio sobre las cosas al darles un sentido. En realidad, nosotros creamos el mundo ante el cual luego nos arrodillamos. Las valoraciones morales no tienen un fundamento objetivo, es la voluntad de poder la que nos impulsa a esta actividad eminentemente creativa que consiste en imponer sobre todo lo que existe un “bien” y un “mal”; pero nuestros valores morales, dice Nietzsche, los hemos colocado sobre “el río del devenir”, lo que significa que ninguna tabla de valores es definitiva, sino que para la voluntad de poder la creación de valores es un puro juego.

  La voluntad de poder se manifiesta en el conocimiento como una fuerza que ejerce una violencia sobre la realidad. A través de los conceptos uniformamos la diversidad de las cosas particulares y las vaciamos de vida al prescindir de su carácter dinámico, de lucha de fuerzas.

  La razón, en su tarea de fundamentación, había llegado a anquilosar el pensamiento con la certeza de las ideas claras y evidentes. El nihilismo aniquiló todas las defensas de los valores morales y de las categorías metafísicas. De lo que se trata ahora es de recuperar la jovialidad y la alegría de vivir, no con un optimismo ingenuo y bobalicón, sino con la pérdida del resentimiento, con la aceptación de la vida tal como es, del dolor y del sufrimiento, del placer y del entusiasmo. 


  «Durante demasiado tiempo mi alma estuvo sentada hambrienta a su mesa; yo no estoy adiestrado al conocer como ellos, que lo consideran un cascar de nueces. Amo la libertad y elaire libre sobre la tierra fresca; prefiero dormir sobre pieles de buey que sobre sus dignidades y respetabilidades. Yo soy demasiado ardiente y estoy demasiado quemado por pensamientos propios: a menudo me quedo sin aliento. Entonces tengo que salir al aire libre y alejarme de los cuartos llenos de polvo». 

Así habló Zaratustra 



[1] Origen del conocimiento. La inteligencia erró y algunos errores se heredaron porque facilitaban la vida y formaron un fondo humano. Se pueden llamar artículos de fe y con ellos mantenemos que hay “cosas”, igualdad, sustancias, cuerpos, voluntad, libertad, lo bueno, la cosa en sí… Artículos de fe. Más tarde surgió la “verdad”, la forma menos eficaz de conocimiento, pues nuestro organismo no parece preparado para vivir con ella acostumbrado sus antiguos errores fundamentales.” Friedrich Nietzsche, La Gaya Ciencia, Madrid, Alba (1999). A partir de ahora mencionaremos esta obra como GC.

[2] Friedrich Nietzsche, El viajero y su sombra, aforismo 26. Madrid, Edaf (1999). A partir de ahora mencionaremos esta obra como El viajero.

[3] Friedrich Nietzsche, La voluntad de poder, pág..41, aforismo 22. Madrid, Edaf (1998). A partid de ahora mencionaremos esta obra como VP.

[4] VP, pág.571.

[5] Friedrich Nietzsche, Ecce homo, pág.73. Madrid, Alba (1998). A partir ahora mencionaremos esta obra como EH.

[6] Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía, págs. 108 y 111-112. Anagrama, Barcelona, 1971.

[7] Crepúsculo de los ídolos, “Incursiones de un intempestivo”, 14

[8] (op. cit.)

[9] (op. cit.)

[10] Más allá del bien y del mal.

[11] Genealogía de la moral

[12]Voluntad de dominio